Una turista en el tren
Las nueve y media de la mañana. Empieza a calentar el Sol y, en una mirada hacia arriba... ¡la Luna sigue visible!, la Luna sigue ahí, en su lugar, medio desvanecida, asaltada por la luz del día.
En la parada ya hay gente esperando hasta que, poco antes de las diez, aparece el tren. Ni un sitio. Me toca ir de pie apoyada en una esquina, pero bueno, son sólo un par de paradas. Todo está lleno de extranjeros, de habla inglesa sobre todo, tan coloraditos ellos, con los calcetines blancos y las chanclas. Los extranjeros de la época veraniega se mezclan con los residentes y las gentes propias del lugar. Y todo se llena de gente, hay más tráfico, el transporte urbano tiene más viajeros... Unos van a tal sitio y provocan que la cola para obtener el ticket sea eterna porque no entienden bien la máquina. Otro leva aletas, caña y unas bolsas con cosas muy pesadas (las ha dejado en el suelo para sacar el billete y el sonido al dar contra las baldosas ha sido importante). Otros van al parque de atracciones y van haciendo gestos extraños durante todo el camino porque no saben exactamente cuál es su parada, familias enteras repartidas en distintos asientos con los niños pululando con el vagón o soltando exclamaciones incomprensibles sobre lo que ven al pasar del tren...
Llegada a la estación de mi destino, una zona muy turística. Termine de subir las escaleras desde el andén y...
- ¡Andiamo, Elio! ¡Andiamo!
Italianos.
Estoy de nuevo en la calle. ¡Qué calor! 33 grados a las 10 de la mañana. El bullicio de gente ya está en la calle. Una familia extranjera y su perro se me ponen delante en el camino con la tranquilidad del que pasea, ¡y yo voy a trabajar! Aligero el paso y oigo de forma fugaz palabras en idiomas incomprensibles de todo aquel con el que me voy cruzando.
Viendo el panorama, me siento como una turista, una extranjera en mi camino al trabajo. Quizás el tren que he cogido esta mañana era de recorrido internacional y estoy en otro país... No se puede esperar otra cosa en época estival de un municipio de la costa, la verdad, pero es impresionante cómo llegan a tomar la ciudad y a hacerte sentir extraño, un extranjero más. Aunque, sin ellos, mi trayecto sería más aburrido. Y así, todas las mañanas, poco antes de las diez, soy como una turista más en el tren... porque para ellos soy una extranjera, ¿no?
En la parada ya hay gente esperando hasta que, poco antes de las diez, aparece el tren. Ni un sitio. Me toca ir de pie apoyada en una esquina, pero bueno, son sólo un par de paradas. Todo está lleno de extranjeros, de habla inglesa sobre todo, tan coloraditos ellos, con los calcetines blancos y las chanclas. Los extranjeros de la época veraniega se mezclan con los residentes y las gentes propias del lugar. Y todo se llena de gente, hay más tráfico, el transporte urbano tiene más viajeros... Unos van a tal sitio y provocan que la cola para obtener el ticket sea eterna porque no entienden bien la máquina. Otro leva aletas, caña y unas bolsas con cosas muy pesadas (las ha dejado en el suelo para sacar el billete y el sonido al dar contra las baldosas ha sido importante). Otros van al parque de atracciones y van haciendo gestos extraños durante todo el camino porque no saben exactamente cuál es su parada, familias enteras repartidas en distintos asientos con los niños pululando con el vagón o soltando exclamaciones incomprensibles sobre lo que ven al pasar del tren...
Llegada a la estación de mi destino, una zona muy turística. Termine de subir las escaleras desde el andén y...
- ¡Andiamo, Elio! ¡Andiamo!
Italianos.
Estoy de nuevo en la calle. ¡Qué calor! 33 grados a las 10 de la mañana. El bullicio de gente ya está en la calle. Una familia extranjera y su perro se me ponen delante en el camino con la tranquilidad del que pasea, ¡y yo voy a trabajar! Aligero el paso y oigo de forma fugaz palabras en idiomas incomprensibles de todo aquel con el que me voy cruzando.
Viendo el panorama, me siento como una turista, una extranjera en mi camino al trabajo. Quizás el tren que he cogido esta mañana era de recorrido internacional y estoy en otro país... No se puede esperar otra cosa en época estival de un municipio de la costa, la verdad, pero es impresionante cómo llegan a tomar la ciudad y a hacerte sentir extraño, un extranjero más. Aunque, sin ellos, mi trayecto sería más aburrido. Y así, todas las mañanas, poco antes de las diez, soy como una turista más en el tren... porque para ellos soy una extranjera, ¿no?
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