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Duna Loves

Historia de un amor

Historia de un amor Se acercó a ella sin hacer ruido. Estaba sentada en un banco del parque, con un libro de poesía en sus manos. La melena rubia se movía de lado a lado, mecida por el viento que comenzaba a levantarse a aquellas horas de la tarde. Sus ojos se mantenían entre las líneas del libro. Un separador se movía entre los dedos de su mano izquierda. Tenía el bolso abierto. Desde la parte de atrás, él podía ver la funda de un móvil, y un estuche. Cada vez estaba más cerca. Un paso lo distanciaba del banco. Y de ella.

No sabía cual sería su reacción al verle, y lo cierto es que tampoco le importaba demasiado. Por culpa de esa chica había perdido la conciencia, el tiempo y la razón. Ella le había despreciado ¿Y qué había hecho él para merecerlo? Tan sólo colmarla de regalos y atenciones. Pero el tiempo no había logrado acallar ese amor que gritaba a voces que lo hiciesen público, que no se escondiesen mas. Una ráfaga de viento meció de nuevo su rubia melena, y pudo oler su perfume de jazmín. Estaba tan cerca…

El sonido del segundero del gran reloj que se alzaba en mitad de la plaza se le colaba por los oídos...tic-tac, tic-tac, una y otra vez, lentamente, marcando en cada nuevo devenir un paso hacia atrás, puede incluso que dos. Y fue entonces, absorto en su propia locura, cuando le pareció volver de nuevo allí. Le dolía lo blanco de las paredes, enfermeras entrando y saliendo, susurros de desaprobación, secretos a voces, las camillas y su ronronear colándose en su cabeza. Y la ausencia, la lejanía de ella que tanto lo había martirizado. El horror que intentaba esconder tras su melena rubia mientras sus ojos viajaban de arriba abajo por cada una de sus cicatrices.

Nunca se hubiera imaginado que un simple recuerdo pudiera hacer tanto daño. Mientras se acercaba a ella, seguía recordando. Todas esas noches de lágrimas. Todos esos amaneceres esperando algún pequeño cambio en su conducta. Todos esos paseos en solitario, deseando que en algún momento ella apareciese y le llamara. Pero nunca apareció. Nunca se terminaron esas lágrimas. Nunca llegó lo que esperaba en esos amaneceres. Sin embargo, a medida que se acercaba a ella, fue olvidando todo. Ella estaba ahí, y el daño anterior ya no importaba. Sólo quería volver a mirarla una vez más. Volver a tocarla…

Puso su mano sobre el hombro de ella, quien suavemente giró su rostro hasta encontrarse con el de él… Sin decir nada se levantó del banco y permanecieron enlazados por un abrazo sin decir nada más, a él normalmente le costaba especial trabajo en externar sus sentimientos, tenía la esperanza de que su cuerpo hablará por él, de que la fuerza de ese abrazo le dijera a ella todo lo que había en su interior, que a pesar de los años y del daño que le pudo causar su corazón seguía latiendo por ella. Se separaron y se miraron a la cara, él se atrevió a tomar entre sus manos el rostro de quien le robaba los mas íntimos y tiernos pensamientos, lentamente acerco sus labios a los de ella para besarla muy suavemente. Luego con sus labios limpió las lágrimas de arrepentimiento que ella derramaba, nuevamente se perdieron en un abrazo fuerte, tan fuerte como no lo habían experimentado desde hace mucho tiempo, ella le susurró al oído “aún te amo” en ese momento él se olvido del daño que pudo causarle, la vida les presentaba una segunda oportunidad y, éste reencuentro le decía que era ella el amor de su vida. Pudo sentir que la cercanía de sus cuerpos le producía excitación que iba mas allá de sus instintos; llegaba a su corazón y sacudía su alma misma…

Los segundos pasaban al compás de las agujas de aquel gran reloj. Para ellos, el tiempo parecía no continuar. De forma inesperada una nube cubrió el parque, y un manto de lluvia les sorprendió. Él se quito su abrigo y la cubrió con el. Ella le sonrió dulcemente y lo besó, saboreando de sus labios aquellas gotas de lluvia saladas que ya cubrían sus rostros, y sin decirse ni una sola palabra, agarrados de la mano, corrieron hacia aquel lugar, aquel lugar que los dos tenían en sus mentes, donde una y otra vez pasaron las horas, aquellas horas…

Lugar de sus sonrisas. De súbito, en un inesperado gran estruendo cayó del cielo el reloj de la torre, redondo e inmenso. Hincando la esfera en el suelo su presente, pasado en añicos delante de ellos. Perplejas se clavaron las agujas, desubicadas en el esférico agujero por sus descompensados retrasos. Postrados los números en su tercio delantero, menos uno, el dos. Romano alienado en paralelo junto a un desafiante mecanismo magnético, que de momento, les desenmascaró el fin del tiempo. Sus vidas y el rincón de ese lugar de sonrisas aún seguían intactos. Desnudo el, desde la última vez que unos senos volaron a su tacto, entremetiéndose por un vestido. Desnuda ella, desde la última vez que rasgó un cuello con sus uñas suaves y tersas.

Él recorrió el tacto caliente de su piel, despacio, delicadamente... como el caminar de puntillas sobre las piedras de un lago. Ella cerraba los ojos y provocaba refugios para que su amado explorador se aventurara en ellos: la curva de su espalda, el pliegue de su seno, la bajada de su vientre… Y así, después, él debía recuperar, sediento, el aliento en sus labios. Al pasar del segundero detenido, el roce de los cuerpos hambrientos se hacía más intenso, las dentelladas de las caderas abandonaban las proposiciones y pasaban a la acción. El ambiente se tiñó morado entre suspiros... y sólo se miraron…

Sin esperarlo la tarde se hizo noche y los besos dulzura que colmaban esos maravillosos momentos de rencuentro y felicidad se transformaron de repente en prisa y en sorpresa. Ella, nerviosa… Con cara de pánico e incluso vergüenza comenzó a ponerse nuevamente las piezas de ropa que tan apasionadamente se había quietado… Vio entonces que tenía la blusa rasgada y pensó que probablemente su corazón también lo estaba… Se acordó de lo malo, del dolor, del sufrimiento y la inestabilidad que había vivido en esa relación y que por mucho que le quisiera ya nadie podría borrar eso, porque su corazón y sus sentimientos no eran un trapo apto para una lavadora. Empezó a resbalarle una lágrima por la mejilla. La del arrepentimiento, la del no puede ser. La lagrima más dolorosa que había llorado nunca y quizá la más salada y contradictoria. Él se sorprendió tanto como ella, pero de diferente modo. No entendía nada de lo que estaba pasando, la incredulidad se estaba sirviendo fría, y él para intentar detener lo inevitable entonces la volvió abrazar pero con un movimiento brusco ella lo rechazó para luego…

…salir rápidamente de la habitación sin decir una palabra. Él tratando de entender la situación tardo unos segundos en salir prácticamente desnudo tras ella. Pero al llegar a la calle ella había desaparecido. Desesperado miró hacia todos lados y solo vio un taxi alejarse rápidamente del lugar. El peor de sus temores se había concretado. La historia se repetía. Las heridas quedaban nuevamente abiertas y sangrantes a la luz de la luna. Cuando se dio cuenta, su desnudez se había convertido en el centro de atención de la gente que pasaba por el lugar y no podía hacer otra cosa que mirarlo con un tanto de sorpresa y un toque de desdén. No tuvo otra alternativa que regresar a la habitación. Pero lo que encontró ahí le sorprendió aún más…

Sentada sobre las sábanas, en las que horas antes se habían dejado llevar por sus emociones, estaba ella. Aún no había recuperado el aliento, y sus ojos no podían disimular el asombro que una vez más le causaba su presencia. Su cabello azabache, seguía resaltando la palidez de su piel, y como la última vez, su mirada fría le recordaba que de nuevo había caído en el mismo error. Segundos después su cabeza se apoyaba en las piernas de Paula, y sin poder contener las lágrimas, le pedía perdón por haber roto su promesa. Aquella que una tarde de abril le hizo, asegurándole que la sacaría de su cabeza, que volaría lejos, allí donde la memoria borrara ese episodio de su vida… sin embargo, no lo había cumplido… Levantó la cabeza, la miró, y en sus ojos pudo verse reflejado… frágil, como entonces, como siempre. Ella, metió la mano en el bolsillo de su abrigo azul, y le entregó un sobre. Su último comentario le indicó que allí encontraría respuesta a muchas de sus preguntas, y con un beso al aire, salió sigilosamente de la habitación.

Salió de la habitación lanzando un suspiro al aire entre aliviada, consternada y entristecida. ¿Y esto ha sido todo?, ¿tanto tiempo esperando este encuentro, para esto? Al salir, se apoyó en la pared. Ni ella se lo creía. La máscara del romantismo cayó ante sus manos, resbalando desde la nariz respingona hasta el mentón suave y allí la recogió ensimismada aún. El tiempo había pasado para todos, no sólo para ella. Sólo el ciprés permanecía impávido al otro lado del muro. Lo miro y recordó la de veces que habían reído pisando su sombra y una sonrisa despistada le transformó el rostro por décimas de segundos.

El pasado hay que dejarlo ser pasado -, pensó. Había dejado en ese sobre el poquito de su ayer que aún conservaba en el presente y que no compartía con nadie. Lo había guardado durante años, con la vana ilusión de recuperar días felices, y ahora lo acababa de entregar a la persona por la que vivía, por la que había vivido. No había habido una respiración suya donde no hubiera estado él. Él pensado, él soñado, él deseado… él… él. Suspiró, cerró los ojos un segundo volviéndolos a abrir, alzó la cabeza y echó a andar sintiendo una ligereza que le supo a desequilibrio…

Una sensación extraña la acompaño durante un tiempo. Salió a la calle y con firmeza levanto el brazo para parar un taxi. Al dirigirse al taxista su tono de voz parecía fuerte, seguro. Estaba acostumbrada a tragarse sus lágrimas y disimular sus sentimientos. En algo más de media hora llegaba a casa. Se puso cómoda y caminó descalza hasta la cocina. Un vaso de leche, una manta y su sofá serían su compañía aquella noche. No quería darle más vueltas a las cosas, pero tampoco podía evitar hacerlo. Mientras, él seguía en aquella habitación. Aún no se había vestido y algunas lágrimas recorrían su rostro. Le pasaban mil cosas por la cabeza… y no podía evitar sentirse sólo. Sentado en el suelo, con la cabeza apoyada en el borde de la cama y moviendo algo entre sus manos… el sobre que Paula le había dejado antes de marcharse…

Se detuvo un instante para releer todo lo que había escrito. ¡No! – gritó al tiempo que arrancaba violentamente la hoja de la vieja máquina de escribir. ¡No! – gritó al tiempo que la rompía en pequeños pedazos y los arrojaba a la papelera. Otra historia que jamás vería la luz, otra historia que de ahora en adelante vagaría en el limbo de las palabras que no se dicen, de las lágrimas que no se vierten y de los besos que no se dan. No, no iba a abrir aquel sobre. No existía aquel sobre. ¿Por qué no era capaz de escribir otra cosa? ¿Por qué últimamente todo comenzaba y terminaba con ella? ¿Por qué no podía quitársela de la cabeza? Debía hacerse a la idea de que alguien como él no tenía la menor oportunidad. Ella jugaba en otra liga, era y sería por siempre inaccesible. Ni siquiera se veía capaz de comprenderla, una y otra vez conseguía desconcertarle. Sacudió la cabeza. Necesitaba aire fresco. Necesitaba inspirar profundamente y llenar sus pulmones de nuevas ilusiones. Necesitaba espirar y expulsar para siempre todos los miedos y viejos fantasmas que le acompañaban desde hacía tanto tiempo.

En un brusco movimiento tomo el lugar frente al espejo que tantas veces fue testigo de la pasión contenida, del juego de poder …vio su ojos sin brillo de nuevo ocurrió ella tenia el extraño poder de elevarlo al cielo, y dejarlo caer sin misericordia alguna; en que momento perdió la partida de este juego sin reglas, en que momento su corazón dejo de pertenecerle, sin poderlo evitar gruesas lagrimas de impotencia y dolor inundaron su rostro, ese mismo rostro que tantas veces se curtió de angustias por no saber de ella, ese mismo rostro que ella lleno de besos; intento controlarse necesita aire, necesitaba un abrazo sincero, simplemente necesitaba sacarla de su vida…

Se olvido de el, se olvido del mundo, se envolvió en su magia, y perdió, así de sencillo esta vez perdió mucho mas que el corazón…la perdió a ella

El sobre se volvió invisible al sentir la tristeza infinita de aquel hombre. De ese hombre que al no tener nada mas que perder, desencadenó los demonios de la soledad a los que tanto había temido siempre, ya no le importaba verlos danzar a su alrededor formando remolinos decorados de vacío, sufriría eternamente si era necesario, soportaría aquella pesada carga sino con valentía sí con mucha resignación, bien ganado se lo tenia, alguna vez imagino que probar esas gotas de sudor que escurrían por la espalda de ella tendría un precio alto, que recordar las figuras que formaron las nubes en el cielo el día que le dio el primer beso y acariciar su sonrisa con el pensamiento cada vez que cerraba los ojos seria un lujo tal vez demasiado costoso. Ahora vagaría entre las calles sin voz de sus hojas escritas todas las noches mientras lo acompañaba la luna asomada por la ventana, al amanecer se recostaría en su cama vacía tan solo esperando la noche para poder seguir escribiendo, para continuar una historia con un final tardío, para escribir una historia a plazos.

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Este es el resultado del juego que planteó Dynaheir. En él han participado Galatea, Bruixeta, Corazón, yo misma, Agustín, Comella, Sory, Viento Nocturno, Synnove, Cytherïa, Sir_Lancelott, Tharsis, Reatratado, Sonsoles, Agua y Dynaheir. Siento no haberlo podido poner antes. En el blog de Dynaheir encontraréis los enlaces a los blogs de los participantes.

4 comentarios

Ardi -

Se nota la composición fragmentada... quizá es parte de su encanto, del hecho de que obligue a recorrerlo hasta el final, y quedarse boquiabierto, admirado, de cómo una incoherencia onírica sugiere tanto, tanto, sin aclarar nada, dejando en la boca del deseo de más.

Os felicito.

DuNa -

Gracias :-)

lau -

me ha encantado!!!!

gran obra, un olé para los participantes, besazossss

la senda de luz -

sutil delicadeza de sentimientos

felicidades