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Duna Loves

Tierras de aislamiento

Tierras de aislamiento Sus palabras son el único producto del tiempo anterior a su llegada.

Mil novecientos cuarenta y ocho. Aquel día empezó lentamente, como todos durante la temporada de buceo. Ajustó la tira de las gafas de bucear, comió un cuenco de cebada, remendó un desgarrón de la capucha de su traje de buceo, comió una sardina salada tras otra y al palpar una muesca de su tina pensó que las letras kanji que había dibujado en el fondo tenían que repintarse. Comió más cebada, unas algas saladas, encurtidos, bebió té verde. Las otras buceadoras hicieron lo mismo, poca charla antes de las zambullidas, concentradas en llenarse de hidratos de carbono para las dos horas extenuantes de buceo[...]

¬Me di un golpe mientras buceaba¬repitió ella con desazón, e intentó imaginar lo que podía decir para que la conversación tomara otro rumbo. Miyako, la más veterana de las buceadoras, acudió a su rescate como tantas otras veces.
¬Dentro de veinte años, tu cuerpo será un museo de cicatrices¬dijo Miyako, tirando la concha de una ostra¬. Podrás cobrar por visitarlo.
Era una verdad palpable. No había una sola buceadora que no llevara la historia de su trabajo escrita en el cuerpo. Todas elas eran mujeres robustas y llenas de cicatrices.
A veces reía al pensar en su madre y en su hermana, frágiles y gentiles, tan distintas de cualquiera de las buceadoras. Ella temía los días en que tenía que vestirse bien, y no se sentía cómoda con aquellas sandalias que obligaban a sus cortos y anchos pies a caminar como las palomas, más bien arrastrándose. Cuando llevaba el cabello trenzado y recogido en un moño muy tirante y prieto que se sujetaba con una peineta lacada le dolía la cabeza todo el día y tenía la sensación de que le arrancaban los cabellos de raíz. El fajín le apretaba tanto que le cortaba la respiración. Pero peor aún que llevar quimono era tomarse medidas para un fajín muevo y notar el sorojo de su madre avergonzada por el cuerpo grueso y basto de su hija.
Sin embargo, allí sentada junto a las demás buceadoras, no pensaba en nada de eso, sólo al regresar a casa por la tarde volverían subrepticiamente aquellos pensamientos y no la abandonarían hasta la mañana siguiente, cuando salía para ir al mar.

Fragmento de La buscadora de perlas, de Jeff Talarigo

6 comentarios

DuNa -

Me alegro de ayudar en la búsqueda de una buena lectura, jeje :-)

Marta -

Vaya, lo pintas muy bien. Un libro más a mi lista de la compra. Gracias :)

Ever After -

Precisamente andaba buscando algo para leer.. siempre ando super indecisa! De momento me ha gustado, gracias! :) un beso!

DuNa -

Hechi: sí que dan ganas de leerlo!

Hache: pues sí, justamente es así. :-)

Hache -

¿El mar sería la Libertad, para esta buceadora?. ¿Y la falimia el lastre?

hechi -

Dan ganas de lleerselo, gracias por la recomendación.
Besitos para la duna bella