El mejor amor
Cuánto hablamos de amor. Aquí va a hablarse de otra forma de él, más alta me parece. ¿Qué es amar? Todo lo contrario de estar ciego: ver a una persona o aquello que va a ser objeto de nuestro afecto tal como es (no como imaginamos o queremos imaginar que es) y tratarlo y corresponderle como se merece. Pero no puede amarse lo que no se ve con entera precisión. Nuestros conceptos más asumidos, casi congénitos de puro acendrados, nuestras categorías, nuestros esquemas, nuestras proyecciones nos dificultan la visión tanto como nuestras pasadas experiencias y nuestras ilusiones futuras. Somos Laocoontes de las herencias, de los prejuicios, de las ensoñaciones... Con tan pesada carga se hace casi justificable la pereza que nos impide ver a cada persona y cada cosa como son en cada momento y en cada circunstancia, es decir, irlas constantemente descubriendo.
A solas, ya tendríamos que zafarnos de esa carga personal. Pero queda otra más: la que la sociedad, día tras día, secularmente, nos deposita sobre los hombros. El ser humano es sociable, y entiende que serlo le obliga a sintonizar con las reacciones de sus próximos, marchar al ritmo de ellos, hablar en su lenguaje, situarse a su altura, depender de sus datos. Tal sumisión le cuesta un gran trabajo, pero mayor aún es el que le costaría la soledad, por solidaria que ésta fuese. Porque se ha hecho a la droga que el aire social lleva: el aplauso exterior, el aprecio, el poder, el prestigio. Se ha hecho adicto a los otros: necesita para respirar que los otros lo confirmen, lo ratifiquen, lo respeten. Aunque sea a costa de embaucarse a sí mismo, puesto que se ha echado a vivir de puertas para fuera... Es imposible que, en tales condiciones, nadie vea a nadie como es para amarlo como es.
Fragmento de uno de los textos que aparece en La casa sosegada, de Antonio Gala.
A solas, ya tendríamos que zafarnos de esa carga personal. Pero queda otra más: la que la sociedad, día tras día, secularmente, nos deposita sobre los hombros. El ser humano es sociable, y entiende que serlo le obliga a sintonizar con las reacciones de sus próximos, marchar al ritmo de ellos, hablar en su lenguaje, situarse a su altura, depender de sus datos. Tal sumisión le cuesta un gran trabajo, pero mayor aún es el que le costaría la soledad, por solidaria que ésta fuese. Porque se ha hecho a la droga que el aire social lleva: el aplauso exterior, el aprecio, el poder, el prestigio. Se ha hecho adicto a los otros: necesita para respirar que los otros lo confirmen, lo ratifiquen, lo respeten. Aunque sea a costa de embaucarse a sí mismo, puesto que se ha echado a vivir de puertas para fuera... Es imposible que, en tales condiciones, nadie vea a nadie como es para amarlo como es.
Fragmento de uno de los textos que aparece en La casa sosegada, de Antonio Gala.
7 comentarios
hechi -
Que bueno duna
besitos
Hache -
lau -
gran texto!!!!
besiss
Mi escaparate -
Un besito.
improvisacion -
Dani -
Dany -
Besos y gracias por el texto ;)