Escapado de un cuento
Dije que no quería verte, pero no era verdad. Aún así, le dije a mamá que no te dejara pasar, que hoy no tenía ganas de ir a jugar. Quería quedarme en casa a merendar tarta de limón. Debajo de la mesa de la cocina había un pequeño cangurito que no dejaba de saltar y se golpeaba contra la madera: toc, toc, toc, toc... Y le di un pedacito de mi porción de tarta. Después salí al balcón a ver cómo te alejabas con la cabeza baja. Dije que no quería verte, pero no era verdad porque si hubiese sido cierto no me habría asomado a ver tu pequeña figura marcharse. Y el pequeño cangurito me seguía: le había gustado la tarta, pero ya no me quedaba. Y se volvió triste a su lugar bajo la mesa de la cocina.
Salí a la calle. Tenía la intención de seguirte, pero mi sombra no me dejaba, no quería compartirme. Me senté bajo un árbol del parque y mi sombra se disipó. Entonces te esperé, pero esperé demasiado. Se cerró la noche sobre mi y tú aún no habías aparecido. Me volví a casa con la cabeza baja, como tú te marchaste cuando viniste a visitarme, y supe lo que se sentía: no me gustó. Llegué al portal, abrí la puerta y tomé el ascensor hasta el cuarto piso sin encender la luz. Cuando el ascensor se detuvo y abrí la puerta te encontré sentado en la escalera, también sin luz, y con una flor entre las manos.
Sabías las ganas que tenía de verte, que mi negativa a salir a jugar era un invento. Mi cangurito te lo contó todo. Y mi egoísta sombra me dejó sonreirte y coger aquél detalle. Subimos de la mano a la azotea y aquella noche vimos juntos la luna y las estrellas. Y salimos a jugar y a comer tarta. Nos escondimos debajo de la mesa, para que mamá no nos viera y compartimos nuestro dulce con aquel simpático animal. Un animal fugitivo de un cuento del desierto que me enseñó a quererte, a seguirte y a decidirme por ti entre tarta de limón.
Salí a la calle. Tenía la intención de seguirte, pero mi sombra no me dejaba, no quería compartirme. Me senté bajo un árbol del parque y mi sombra se disipó. Entonces te esperé, pero esperé demasiado. Se cerró la noche sobre mi y tú aún no habías aparecido. Me volví a casa con la cabeza baja, como tú te marchaste cuando viniste a visitarme, y supe lo que se sentía: no me gustó. Llegué al portal, abrí la puerta y tomé el ascensor hasta el cuarto piso sin encender la luz. Cuando el ascensor se detuvo y abrí la puerta te encontré sentado en la escalera, también sin luz, y con una flor entre las manos.
Sabías las ganas que tenía de verte, que mi negativa a salir a jugar era un invento. Mi cangurito te lo contó todo. Y mi egoísta sombra me dejó sonreirte y coger aquél detalle. Subimos de la mano a la azotea y aquella noche vimos juntos la luna y las estrellas. Y salimos a jugar y a comer tarta. Nos escondimos debajo de la mesa, para que mamá no nos viera y compartimos nuestro dulce con aquel simpático animal. Un animal fugitivo de un cuento del desierto que me enseñó a quererte, a seguirte y a decidirme por ti entre tarta de limón.
8 comentarios
DuNa -
Ardi -
Precioso. Preciosa la historia. Muy bien escrito.
Besos
DuNa -
lau -
Brisa -
Besos
Cata -
fer -
agregue un link a tu blog desde la mia.
si no queres que este ahi, avisame, y la saco.
hasta luego
Marta -
Un cuento muy dulce, con sabor a tarta de limón, y con final feliz. "M'ancantao". Y demuestra que no hay que desistir.